miércoles, 25 de mayo de 2011

Ensayo 2: Todos santos, día de muertos, desde la perspectiva de Lucien Goldmann.

La realidad se puede leer desde tres niveles diferentes: los textos, las representaciones colectivas y la vida socioeconómica de un grupo. Ello, según los modernos, refiere a una disolución de situaciones que genera cohesión, ya que consideraban que Dios no era válido como vinculante de los grupos. Si esto sucede así, en Mexico no es tan fácil asegurarlo, ya que, tradiciones como las de celebración del día de muertos lo contrastan.
En ese sentido, es muy interesante la manera en que Octavio Paz aborda el tema de las festividades, y en particular del día de muertos, en México, ya que para él, las masas modernas son aglomeraciones de solitarios, y para salir de la soledad, en las fiestas estallan como los colores las voces y los sentimientos. “¿Se olvidan de sí mismos, muestran su verdadero rostro?”, se pregunta el autor. Nadie lo sabe.
Y este estallido se ve reflejado en el exceso en el gastar y el desperdicio de energías que en las fiestas se observa, ya que así afirma la opulencia de la colectividad. Con ello, se trata de adquirir potencia, vida, salud. En este sentido, la fiesta es una de las formas económicas más antiguas, con el don y la ofrenda, menciona Paz, ya que la fiesta no es solamente un exceso, un desperdicio ritual de los bienes acumulados durante todo el año; también es una revuelta, una súbita inmersión en lo informe, en la vida pura. Y es que, la vida se ve disuelta en un sinfín de situaciones que no permiten ser al mexicano, que le impiden expresar su más alto ideal de vida.
La fiesta es un hecho social basado en la activa participación de los asistentes. Y es significativo que un país tan triste como el nuestro tenga tantas y tan alegres fiestas; pues, se dice triste, debido a que todos los infortunios que se viven dentro de él hacen que la vida de sus habitantes se vea llena de tropiezos que le impiden crecer.
Sobre esto, y para contextualizar, podemos decir que para los antiguos mexicanos, la muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciablemente. Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte les pertenecía, como no pensaron que su vida fuese realmente “su vida”, en el sentido cristiano de la palabra. Religión y destino regían su vida, como moral y libertad presiden la nuestra. Ellos podían escoger, y en el sentido profundo, pecar. Y al pecar, decidían sus destinos como un informe cúmulo de experiencia que les permitía crecer. En ello se ve una diferencia abismal entre nuestras creencias y las suyas, ya que todo aquello que tenían era el presente, y sobre él veían fundadas sus expectativas de vida.
En el mundo moderno, todo funciona como si la muerte no existiera. Nadie cuenta con ella. Todo la suprime. Nadie piensa en la muerte, en su propia muerte, porque nadie vive una vida personal. La “matanza colectiva”, como llama Paz al resquebrajamiento de nuestro ser en conjunto como sociedad, no es sino el fruto de la colectivización de la vida.
Lo cual, me parece que es una consecuencia poco generosa por parte de la modernidad para con nosotros, postmodernos, ya que surge entonces un proceso de pérdida de los valores tradicionales (entre ellos, Dios y todos aquellos que le dan soporte en este mundo), como búsqueda de nuevos, los cuales, no son precisamente los más adecuados, ya que se buscan valores que sean compatibles con la vida en el mundo, pues se consideran los dados por Dios como incompatibles con la vida del mundo.
Goldmann, en ese sentido, propone una fe en los valores transindividuales, donde ellos vayan más allá de lo que el mismo individuo desee. Me parece muy adecuada la fe que propone, ya que, en el fondo, parecería que lo que el autor busca rescatar es una fe madura, en la que la evidencia de lo trascendente se dé en razón de la apuesta por lo trascendente, buscando la significación inmanente que ello tenga. Lo cual, es edificante, porque se le da al hombre su dignidad de criatura, como “elemento parcial de una totalidad que lo supera, y a la que está ligado por sus aspiraciones, por su acción y por su fe” (para utilizar las palabras exactas del autor), lo que permite entonces verlo desde esa fe revolucionaria de la que habla el autor. Por ello, el creer se vuelve básico para la propuesta de Goldmann, siempre desde una fe madura, como “el conjunto de convicciones, individuales y colectivas, que encuentran su razón de ser en el hecho de que dan sentido y coherencia a la experiencia subjetiva de aquellos que la tienen”. Yo sólo agregaría que no sólo es a la experiencia subjetiva, pues me atrevería a decir que le dan coherencia también a la experiencia objetiva que se tiene de la realidad, llámese mundo, donde el individuo se desarrolla.
Pero para el mexicano, ello, ¿cómo se aplica? La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. En un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. “¿Qué me importa la muerte si no me importa la vida?”, dice el autor. Y en ello, creo que la fe se la lleva de calle, sin realmente trabajarla.
Todo está lejos del mexicano, todo le es extraño, y en primer término, la muerte, la extraña por excelencia.
Gracias al crimen, accedemos a una efímera trascendencia. El mexicano no trasciende su soledad. Al contrario, se encierra en ella. Y al encerrarse, prefiere vivir una vida de ensimismamiento constante en que la muerte lo atrapa a cada momento, con lo que por ambos caminos, el mexicano se cierra al mundo: a la vida y a la muerte.
Así, cada uno de nosotros es el Hombre, y en cada uno están depositadas las esperanzas y posibilidades de la especie. La redención es obra personal, y por ella podemos hacer crecer las esperanzas que tengamos acerca de la vida después de la muerte, viviendo esta vida para que la próxima tenga frutos sobre lo que construimos hoy.
Bibliografía:
Paz, Octavio. El laberinto de la soledad.
Dianteil, Erwan; Löwy, Michael. Sociologías y Religión. Disidentes.

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