miércoles, 25 de mayo de 2011

1er. Ensayo: SECULARIZACIÓN, ¿PROCESO OPOSITOR A LA FE?

1er. Ensayo: SECULARIZACIÓN, ¿PROCESO OPOSITOR A LA FE?

1. INTRODUCCIÓN

El concepto secularización es uno de los más discutidos en el panorama intelectual contemporáneo, junto a otro de los conceptos más típicamente modernos, el de religión. Las razones de ese desacuerdo, que impiden una definición concluyente y satisfactoria, hay que buscarlas en los orígenes polémicos del término, que podemos recorrer en cuatro contextos distintos, aunque íntimamente ligados: el histórico-jurídico, el historiográfico-filosófico, el sociológico y el teológico. El concepto de secularización surge en el ámbito de las guerras de religión de los siglos XVI-XVII, y designa fundamentalmente la práctica de confiscación de bienes eclesiásticos que tenía lugar en los territorios donde prevalecía la Reforma protestante. Tal ejercicio de poder no contaba con una clara legitimidad jurídica, se trataba de forzar el paso de unas propiedades religiosas a propiedades civiles o seculares, dado que la Reforma, al menos en sus expresiones más maduras, no dejaba espacio ni para la vida religiosa regular ni para una clase jerárquica de carácter feudal, basada en la propiedad de tierras.

2. PROBLEMATICA

La sociología ha tenido que ver desde su origen con la religión y con su crisis social; es difícil localizar los orígenes del concepto en ese ámbito; es más fácil, sin embargo, referirnos a los grandes debates que se han producido en torno al mismo, sobre todo en tiempos recientes. Una teoría de la superación social y científica de la religión la encontramos en A. Comte, en K. Marx y en E. Durkheim. Un discurso más explícito sobre la secularización, aunque sin el sentido que se ha dado después a ese término en el campo de las ciencias sociales, puede encontrarse en Max Weber, quien identificó de forma más compleja las causas del declive de las creencias y, sobre todo, de las actitudes motivadas por la religión; entre ellas, el proceso de desencantamiento o pérdida de la dimensión sagrada de una buena parte de la realidad, y las dificultades que la religión encontraba para coexistir en medio de una sociedad cada vez más diferenciada en ámbitos con valores propios, como la economía, la política o la ciencia.

El debate contemporáneo, de todos modos, se centra en torno al carácter más o menos ideológico de dicha categoría, que de alguna forma encubriría un prejuicio por parte de muchos sociólogos sobre la inutilidad moderna de la religión (o su no pertinencia sociocultural), frente a quienes defienden el carácter neutral y puramente descriptivo de la categoría de secularización; y en segundo lugar, sobre la tendencia real hacia una mayor secularización en las sociedades avanzadas o, por el contrario, hacia una especie de pos-secularización que implicaría un retorno de la religión, e incluso dejaría espacio para una profusión de nuevas formas de religiosidad. En el fondo se repropone el debate filosófico sobre la posibilidad de una superación total de la religión, o sobre la naturaleza del ser humano y su necesidad de referencias sagradas.

3. CONCLUSIONES

No hay que perder de vista, de todos modos, que el hecho de la secularización convive hoy con tendencias francamente opuestas, que más bien afirman la vitalidad de lo sagrado, la búsqueda de lo sobrenatural y mágico, o bien valores absolutos a los que poder adherirse ante la angustiosa ausencia de seguridad. La secularización obliga a replantear a nivel práctico muchas de las ideas y de los modos de actuación del creyente y de las Iglesias en nuestros días. En principio, el nuevo contexto de pluralismo cultural obliga a las Iglesias a abandonar planteamientos propios de una situación de monopolio religioso, cuando se daba por descontado que las necesidades religiosas de los individuos sólo podían ser satisfechas en el ámbito de la iglesia local.

Por último, la secularización obliga a una cierta provisionalidad, tanto a la reflexión creyente como a sus prácticas, ya que no se garantiza de antemano si un discurso o un modo de vivir y transmitir la fe sea adecuado en las nuevas circunstancias. Buena parte de nuestros esfuerzos de actualización de la tradición cristiana deberán afrontar el riesgo del error y la necesidad de corrección, a partir de los resultados que obtenga su puesta en práctica. Me pregunto, no obstante, si el cristianismo al menos, como religión de la gratuidad, puede someterse sólo al criterio de la eficacia, a la hora de juzgar sus modelos de reflexión y sus prácticas.

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