miércoles, 25 de mayo de 2011

3er. Ensayo: DISTORSIONES DEL MENSAJE DE SALVACIÓN

3er. Ensayo: DISTORSIONES DEL MENSAJE DE SALVACIÓN

¿Por qué se ha roto en la presentación del cristianismo esa síntesis que hace del cristianismo un mensaje de salvación para el hombre y no una oferta de felicidad fácil que halague sus oídos, pero le hunda más en una situación que le llevaría a perpetuar la perdición a la que le conduce el no prestar oídos más que a sus deseos? Pienso que la razón fundamental está en la incapacidad de los cristianos para incorporar en su vida esa maravillosa síntesis que resume el núcleo del mensaje cristiano: que Jesús fue crucificado por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación. Es más, pienso que con frecuencia nuestra presentación del cristianismo ha cedido a la lógica del mundo y que, de acuerdo con ella, hemos predicado la salvación cristiana como la respuesta por parte de Dios a los pequeños deseos de felicidad inmediata trasladada al más allá de esta vida, al cielo, imaginado como jardín de las delicias.

El cristianismo se reduciría así a la oferta de una salvación en la otra vida, merecida mediante el sacrificio y la represión de las tendencias a la felicidad inmediata en ésta. Se diría que, de la promesa del Señor de dar el ciento por uno en esta vida y después la vida eterna a los que dejen todo para seguirle, nos hemos quedado con la vida eterna. Pero con una vida eterna entendida como resarcimiento de todo aquello de lo que aquí nos hemos privado. De esta forma hemos pervertido el cielo, representado como el estado de la satisfacción de todos nuestros deseos; hemos pervertido la representación de Dios, reducido a una especie de reserva inagotable de bienes que responde a nuestra inagotable necesidad de felicidad; hemos convertido a Dios en objeto del hombre y suma de bienes a su servicio. Y hemos pervertido la tierra y la vida del hombre sobre ella, reducidas a mero lugar de adquisición de méritos, a preludio, sin valor en sí mismo, de lo que después ha de venir.

Así, por un mecanismo complejo, la comprensión del cielo desde el modelo de la tierra ha llevado a pervertir la representación del cielo para, desde esa representación pervertida del cielo, pervertir la experiencia de la tierra, aguando toda fiesta humana en ella y condenando al sabor a ceniza a todos los placeres terrenos. Ha bastado que el hombre tome una conciencia más aguda del valor de su vida en el mundo, mejore su situación en este valle de lágrimas y tenga más posibilidades de disfrute de los manjares de la tierra, para que la presentación de la salvación cristiana aparezca como la invitación a renunciar a unos bienes (pequeños, si se quiere, pero ciertos) en favor de otros, tal vez muchos más intensos y duraderos, pero inciertos. Y el hombre de nuestros días parece inclinarse cada vez más a la satisfacción inmediata de sus deseos, en lugar de esa especie de "compra a plazos" de la salvación en la otra vida que le propone una inadecuada presentación del cristianismo.

El hecho es que, ante la presentación del cristianismo como mensaje de salvación, muchos de nuestros contemporáneos responden con la más completa indiferencia, como si careciesen de oídos para ese mensaje que a los creyentes les parece lo único necesario; y otros rechazan agresivamente esa oferta de salvación que parece suponer la descalificación, como situación de perdición, de la vida a la que, bien que mal, están tratando de acomodarse. Pues bien, ¿cómo responder a esta situación? Aludamos en primer lugar a algunas respuestas que nos parecen equivocadas o insuficientes. Equivocado nos parece responder a esta situación limando las aristas del cristianismo, haciendo un esfuerzo de plausibilización de sus contenidos, adivinando los gustos de nuestro tiempo para adaptar

a ellos el mensaje cristiano.

CONCLUSIONES

Tal proceder supondría tomar como criterio para la presentación del mensaje unos deseos que tal vez sea lo primero que el hombre tenga que reformar para poder orientarse hacia la salvación. Tal respuesta ignoraría, además, que el mensaje de salvación no se presenta como respuesta de Dios a los deseos del hombre sino como ofrecimiento de una perfección que saca al hombre de la órbita de sus necesidades y exige de él como primer paso la conversión .Pero equivocado nos parece también reducir el mensaje cristiano a exigencia puramente penitencial y, sobre todo, poner el centro del mismo en la negación de la aspiración del hombre a la felicidad o en la resignación o la aceptación masoquista del dolor como único camino para merecer una felicidad que se situaría exclusivamente en la otra vida. Tal proceder exigiría eliminar del mensaje cristiano una infinidad de elementos que le son consustanciales: desde el nombre mismo de Jesús, el salvador, a la descripción de su mensaje como buena noticia, pasando por la formulación de su núcleo fundamental en términos de bienaventuranza, y desembocando en la descripción de la obra de su vida como la obtención para los hombres de una situación en la que se hacen realidad las promesas mesiánicas de la paz, la reconcialización, la justicia, la novedad de vida y la felicidad.

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